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LA CODICIA
Cavando para montar un cerco que separa mi terreno del de mis vecinos, encontré, enterrado en el jardín, un viejo cofre lleno de monedas de oro.
A mí no me interesó por la riqueza, sino por lo extraño del hallazgo.
Nunca he sido ambicioso, y no me importan demasiado los bienes materiales...
Después de desenterrar el cofre, saque las monedas y las lustré. ¡Estaban tan sucias y herrmbrosas las pobres! Mientras las apilaba sobre mi mesa las fui contando...
Constituian una verdadera fortuna.
Sólo por pasar el tiempo, empecé a imaginarme todas las coss que se podían hacer con ellas...
Por suerte... Por suerte no era mi caso.
Hoy ha venido un señor a reclamar las monedas.
Era mi vecino.
Pretendía sostener, el muy miserable, que las monedas las había enterrado su abuelo y que, por lo tanto, le pertenecían.
Me fastidió tanto...
¡que lo maté!
Si no lo hubiera visto tan desesperado por tenerlas se las habría dado, porque si hay algo que a mí no me importa, son las cosas que se compran con dinero...
Pero eso sí, no soporto a las personas codiciosas...
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